La obra de Gérard David pertenece al tramo final de la Escuela de Brujas y representa una síntesis de tradición flamenca con progresos sutiles en luz, paisaje, color y composición. Sus pinturas son casi exclusivamente religiosas; realiza retablos grandes, tablas devocionales de pequeño formato, escenas bíblicas como la Anunciación, la Virgen con el Niño rodeada de santos y donantes, la Lamentación, la Crucifixión, el Descanso en la Huida a Egipto, la Adoración de los Reyes, entre otros. La figura de la Virgen con el Niño aparece repetidamente en diversas variaciones durante toda su carrera.
En términos formales, David se apoya en influencias de maestros previos: van Eyck, Hugo van der Goes, Rogier van der Weyden y en particular Hans Memling. Esto se nota en la preocupación por los detalles minuciosos, la representación exacta de ropajes, telas, bordados, arquitectura y objetos, así como en la delicadeza de los rasgos faciales. A la vez conserva cierta tradición medieval o tardogótica en la expresividad recogida y serena de las figuras.
El tratamiento del color es uno de los rasgos más destacados de su obra. Emplea paletas ricas, con azules profundos, verdes, ocres y rojos, combinando pigmentos costosos como el azul ultramarino con materiales más comunes como la azurita. Utiliza glaseados, veladuras y capas sucesivas para lograr transiciones suaves y efectos de luz indirecta. La luz en sus cuadros no suele ser dramática en contraste, sino apacible, modulada; sirve para modelar volumen y para dar atmósfera, más que para efectos escénicos de iluminación fuerte.
El paisaje tiene un papel creciente en su producción. No es mero decorado, sino que en muchas obras se integra más plenamente al espacio pictórico: la naturaleza, los cielos, los bosques aparecen detallados, con profundidad atmosférica, horizontes visibles, elementos naturales ricos en detalles. En obras posteriores el paisaje adquiere mayor importancia relativa frente al entorno arquitectónico.
Las composiciones tienden a ser equilibradas, con proporciones cuidadosamente atendidas; simetría de figuras o estabilidad visual, aunque no estricta rigidez. David organiza escenas con varios personajes con jerarquía visual clara —santoral, donantes, figuras sagradas— en espacios que permiten la contemplación más que la acción dramática. En ciertos cuadros más tardíos las figuras se vuelven menos hieráticas, mostrando mayor cercanía humana, gestos más suaves.
A lo largo de su carrera se observan fases estilísticas claras. En primeros momentos las obras muestran fuerte influencia tardogótica, con contornos marcados, cierta densidad de detalles, una luz más plana y tendencia al virtuosismo decorativo; luego, en sus momentos de madurez, aparecen formas más refinadas, contornos más delicados, mejor manejo del claroscuro, una sensación de espacio algo más profunda, mayor sutileza en la transición de tonos. En su última etapa la obra parece avanzar hacia tonos más claros, menos contraste fuerte, figuras más suaves, con sensibilidad distinta al inicio, aunque sin abandonar la tradición flamenca.
En cuanto a los soportes y materiales, la mayoría de sus pinturas están hechas sobre tabla, muy frecuentemente sobre roble, utilizando óleo como medio. Sus pigmentos incluyen además de los mencionados azules, verdes y rojos, pigmentos secundarios como amarillos de plomo o tierras ocre, mezclas para representar dorados, y veladuras para detalles de brocados o bordados. En algunos casos los estudios han señalado que usa ultramarino (en particular para la túnica de la Virgen) como glaseado sobre azurita, aprovechando la translucidez para lograr brillo y profundidad en los azules más oscuros; en otras zonas del cuadro usa la azurita sola o mezclada con otros pigmentos menos costosos.
El espacio pictórico de David no sigue siempre la perspectiva geométrica rigurosa de los italianos del Renacimiento, pero en ciertas obras posteriores se aprecian aportes de perspectivas más equilibradas, cielos y fondos de paisaje que dan mayor profundidad, mejor transición entre el primer plano y los lejanos. Los horizontes suelen estar colocados relativamente alto; los fondos de paisaje, aunque detallados, sirven para enmarcar a las figuras y para dar atmósfera, no tanto para exponer una arquitectura espaciosa ni grandiosa.
La tipología de las figuras refleja a menudo rostros serenos, expresiones suaves, gestos contenidos; la religiosidad aparece en la cercanía más que en el dramatismo extremo. Las figuras humanas, aunque idealizadas, tienden hacia una humanidad reconocible: rostros más calmados, menos hieráticos, mayor naturalidad en la postura conforme avanza su vida artística. En algunas piezas la Virgen y el Niño muestran afecto, cercanía emocional perceptible, sin efusividad exagerada, pero sí diferencia frente a versiones más solemnes.
En resumen, la obra de Gérard David da la impresión de alguien que trabaja dentro de una tradición firme, pero que busca suavizarla, matizarla y hacerla más apacible, más rica en matices de luz, color y paisaje, manteniendo siempre un tono religioso y devocional. La coherencia de su producción —la recurrencia de los mismos temas religiosos, el gradual refinamiento técnico, la riqueza cromática— muestra que sus cuadros no son variaciones accidentales, sino un cuerpo de obra que evoluciona, que se adapta, sin rupturas radicales, hacia una expresión más tranquila, más luminosa, más enfocada en la belleza contemplativa.