Pierre‑Narcisse Guérin se formó en el entorno académico del neoclasicismo y mantuvo una firme adhesión a sus principios durante toda su carrera. Discípulo de Regnault y alumno de la tradición de Jacques‑Louis David, desde sus inicios demostró precisión en el dibujo, claridad en los contornos y un control riguroso de la composición, en consonancia con la vuelta a los ideales clásicos. A lo largo de su trayectoria, esa base académica se tradujo en estructuras geométricas equilibradas, líneas definidas y una evidente influencia de Poussin y la Antigüedad, aplicadas a narraciones históricas o mitológicas. El rigor técnico en la ejecución era fruto de una práctica constante basada en estudios preparatorios —dibujos en tiza negra y blanca— que exploraban alternativas de pose, vestimenta o expresividad, y que revelaban su enfoque casi escultórico sobre la figura.
Guérin desplegó su vocación por la narrativa pictórica con libertad creativa. A diferencia de un historicismo documental, sus escenas reinterpretan o reinventan episodios con clara intención simbólica o propagandística, a veces idealizando momentos con énfasis moral o político. No buscaba recrear la historia con fidelidad, sino trasladar emociones, virtud y valores a través de la composición ordenada y la iluminación selectiva que jerarquiza figuras principales frente al plano secundario.
A lo largo de su carrera se observa una evolución estilística: parte de un neoclasicismo fiel a la severidad y al dramatismo gestual de sus primeras obras, y avanza hacia soluciones más medidas y elegantes, conservando control formal y calidad técnica, pero incorporando atmósferas matizadas que anticipan el Romanticismo . Esa transición es patente en el manejo del color y la luz, que en su etapa madura se vuelve más sutil, menos contrastado, pero igualmente funcional para la narración visual.
Guérin también se distinguió por su capacidad para adaptarse a encargos oficiales sin renunciar a su lenguaje plástico. Como director de la Academia de Francia en Roma y maestro de alumnos como Delacroix y Géricault, supo equilibrar disciplina académica con libertad expresiva, consolidando su rol como figura puente entre el clasicismo estricto y el romanticismo avanzado.
En síntesis, su obra se define por composiciones neoclásicas equilibradas, dibujo anatómico preciso, estudios preparatorios exaustivos, narrativas históricas con invención simbólica, control jerárquico de luz y color, una evolución hacia una estética más refinada y emocional, y una influencia decisiva como docente en la transición hacia movimientos posteriores.