Jean‑Baptiste Greuze nació el 21 de agosto de 1725 en Tournus, una pequeña ciudad de la región de Borgoña. Su familia pertenecía a una clase media acomodada; su padre, Jean-Louis Greuze, era arquitecto y constructor, y tenía la expectativa de que su hijo se dedicara a una actividad comercial o técnica, más que artística. Sin embargo, el joven Jean‑Baptiste mostró una inclinación clara por el dibujo desde temprana edad. Su talento llamó la atención de Charles Grandon, pintor originario de Lyon, quien lo alentó a proseguir una formación sistemática en arte. Fue Grandon quien convenció al padre del muchacho para que le permitiera trasladarse a Lyon, donde comenzó su aprendizaje pictórico formal. Más adelante, ya en París, ingresó en la Real Academia de Pintura y Escultura, donde fue discípulo de Charles‑Joseph Natoire, pintor del estilo rococó y figura influyente en la institución académica.
En 1755 presentó por primera vez una pintura en el Salón de París, bajo el título de “El padre de familia explicando la Biblia a sus hijos” (Un père de famille qui lit la Bible à ses enfants). Esta obra lo hizo conocido de inmediato en los círculos artísticos de la ciudad y atrajo la atención tanto del público como de críticos e intelectuales. Ese mismo año viajó a Italia, como protegido del sacerdote Louis Gougenot, con el fin de ampliar sus conocimientos. Se instaló en Roma durante más de un año, entre 1756 y 1757, y pasó algún tiempo en la sede romana de la Academia Francesa, en donde compartió espacio con otros artistas jóvenes en formación. Este viaje, habitual para pintores con aspiraciones de consolidarse en el medio, le permitió estudiar obras maestras del pasado y reafirmar ciertos elementos de su estilo.
En la primavera de 1757 regresó a París y participó nuevamente en el Salón. En esa ocasión presentó varias obras, entre ellas una titulada “Los huevos rotos” (Les Œufs cassés), que volvió a llamar la atención del público y lo afianzó como una de las figuras destacadas del género de escenas domésticas. Desde entonces, su producción se centró cada vez más en imágenes de vida familiar, en retratos y en situaciones que parecían buscar una reacción emocional del espectador. En 1759 se casó con Anne‑Gabrielle Babuti, hija de un librero parisino. El matrimonio resultó conflictivo y deteriorado con el tiempo, debido en parte a las infidelidades de ella y a la administración negligente de la fortuna de Greuze. Durante más de tres décadas, la convivencia fue tensa y terminó en divorcio en agosto de 1793. A pesar de estas dificultades, el artista tuvo dos hijas, entre ellas Anna‑Geneviève, nacida en abril de 1762, quien más tarde se dedicaría también a la pintura y permanecería cerca de su padre hasta su muerte.
En el Salón de 1761 presentó una obra de grandes dimensiones titulada “La boda pueblerina” (L’Accordée de village), que le valió aún mayor reconocimiento. Ese mismo año también expuso una pintura conocida como “La lavandera” (La Blanchisseuse), de la cual existen dos versiones realizadas hacia mediados de 1761. En 1763 participó nuevamente en el Salón con la pintura titulada “La muerte del paralítico” o "La piedad filial" (La Piété filiale ou Le Paralytique secouru par ses enfants), que representaba una escena familiar de fuerte carga dramática. En estos años, el artista contó con el apoyo constante de Denis Diderot, quien elogiaba públicamente su capacidad narrativa y la eficacia con la que representaba emociones humanas en situaciones de la vida cotidiana.
A pesar de su reconocimiento, Greuze aspiraba a ser aceptado como pintor de historia, la categoría más alta dentro de la jerarquía académica del arte. En 1769 presentó para su recepción una pintura titulada “Séptimo Severo reprochando a Caracalla”, en la que representaba un episodio histórico del Imperio romano. La obra no fue bien recibida por el jurado académico, y Greuze fue admitido como miembro de la institución, pero únicamente en calidad de pintor de género. Este rechazo afectó profundamente su relación con la Academia, y durante casi treinta años evitó participar en los salones organizados por la institución. En adelante continuó trabajando de forma independiente, realizando retratos por encargo y manteniendo una red de clientes privados que le permitía sostenerse económicamente. En esos años, retrató a varias personalidades reconocidas de la época.
Durante la década de 1770, su estilo se mantuvo fiel a las temáticas familiares y a escenas de género. Sin embargo, la aceptación del público comenzó a cambiar, y su prestigio fue disminuyendo de forma gradual. A partir de 1780 se le hizo cada vez más difícil captar el interés de los compradores, y su situación financiera comenzó a deteriorarse. Con la llegada de la Revolución Francesa en 1789, su situación empeoró drásticamente. Muchas de sus inversiones, que estaban ligadas a ingresos de rentas públicas, se volvieron incobrables. En los años siguientes, vivió con estrecheces y dependió en buena medida de sus alumnos y de su hija para sostenerse.
Durante los primeros años del siglo XIX, presentó algunas obras en exhibiciones privadas en su estudio, específicamente en 1800, 1801 y 1804, pero su nombre ya no tenía el peso que había tenido décadas antes. Realizó también un retrato de Napoleón Bonaparte en los años finales de su vida, aunque no hay constancia clara de si se trató de un encargo oficial o de una iniciativa personal. Pasó sus últimos años en París, en condiciones modestas. Falleció el 4 de marzo de 1805, con casi ochenta años. Fue enterrado en el cementerio de Montmartre. Su hija Anna‑Geneviève permaneció junto a él hasta el final y murió en París el 6 de noviembre de 1842. También la otra hija del pintor, Louise Gabrielle, fue sepultada en el mismo lugar.